“Hola, buenos días, soy Amaranta Cano, hija de Carlos Cano. Es un placer para mí, para
mi madre Alicia Sánchez y para mi hermana Paloma, que no ha podido venir,
encontrarnos hoy aquí en Ronda, en este marco necesario que es la I Asamblea
Andalucista ¡Viva Andalucía Viva!.
Cuando Antonio Sánchez Morillo me llamó para invitarnos, lo primero que se me vino
a la mente fue, el ya demasiado lejano y único Congreso de Cultura Andaluza,
celebrado en Córdoba en 1978. Y me pregunté cual pudo ser la naturaleza del espíritu
que guió la preparación, durante más de dos años, de aquel acontecimiento, y sobre
todo, cómo ese mismo espíritu consiguió aglutinar a tanta gente diversa matizando sus
diferencias en pro de un objetivo común, lo que parecía una respuesta al llamamiento
hecho por Blas Infante en la asamblea de 1918:
«Andaluces de todos los campos y partidos, venid a esta labor, los hombres –y mujeres
que diría hoy en día- de ideas más opuestas, unidos por el ideal de una Andalucía
grande y redimida».
La naturaleza de ese espíritu, que es en definitiva el motivo de que hoy nos
encontremos aquí, bien podría resumirse con estas palabras pronunciadas por Antonio
Gala en su emocionante discurso de inauguración del congreso de Córdoba del 78:
«… Es preciso que Andalucía recuerde tantas luchas vividas por seguir siendo ella, y
vuelva en sí de su desprecio histórico que la hizo siempre ser malentendida […]. La
reina descalza, la hermosa reina todavía harapienta se incorpora de su duermevela;
levanta con sus manos encallecidas el espejo mágico casi olvidado ya; reconoce sus
iluminadas facciones; empuña la bandera de su dominio: una bandera en la que no se
sabe si a la esperanza la representa el verde, como suele, o el blanco, que es lo que
está por hacer todavía; se levanta ágilmente y rompe a cantar con la voz hecha
júbilo…».
Inspirado en estas palabras, Carlos Cano compuso “A una bella durmiente”, un
hermoso tanguillo de amor a su tierra, que decía:
«¿A dónde vas si tu nombre es pobreza y no hay lugar para ti en esta vida, si nadie
sabe que fuiste la reina de un paraíso de nardo y espiga? Y hablan de ti como de una
mendiga descalza, triste, sola y harapienta, que va vendiéndose en noches de juerga la
fantasía, el alma y la canción.
[…]
...Ya vendrá el viento, traerá la vida y la memoria vencerá al silencio. Que tú mi reina
sólo estás dormida en la esperanza de un beso de amor».
Son palabras que nos hablan de memoria y de futuro esperanzado; de dignidad y de
orgullo, de rebeldía y de lucha; y son palabras que nos hablan del valor de los
símbolos.
Es emocionante estar aquí y recordar que hace 38 años, en este mismo marco
rondeño, sonaba por primera vez el Himno de Andalucía, en el corpus de 1977, de
mano de Carlos Cano, Fafi Molina y Paco Luis Miranda, quienes, a partir de la única
partitura que se pudo rescatar de la represión franquista, interpretaron la música del
Maestro Castillo con letra de Blas Infante.
Años antes, Carlos Cano le había dado música a su pueblo con la “Verde, blanca y
verde”, un tema que como él decía era una «canción de esperanzas simples que son
las que valen la pena». Una canción de enorme valor simbólico en un momento clave
de luchas y esperanzas colectivas, no tan diferentes de las que vivimos hoy.
Es preciso que recuperemos los símbolos y sobre todo que recuperemos su significado,
que recuperemos un andalucismo integrador, multicultural, soñador, utópico, culto y
popular. No tenemos más que acudir a nuestra cultura, a nuestra propia historia. Si las
personas y los pueblos no son más que la memoria de sí mismos, eduquemos para
reconocernos en los valores que nuestro pasado nos enseña, para que este bello
continente entre África y
Europa deje de ser esa bella durmiente, para que no se destruya nuestro imaginario
colectivo. Porque como decía Milan Kundera: «La lucha del hombre contra el poder es
la lucha de la memoria contra el olvido».
Hace ya algunos años, decidí dedicarme precisamente a eso, a luchar por la memoria y
la obra de mi padre a través de la discográfica que creó, Carlos Cano Producciones,
recuperando así su legado y también su dimensión humana, crítica, lúcida y rebelde. Es
un trabajo duro, lleno de emociones, alegrías y soledades en cierta medida. Y de
mucho aprendizaje. En esa eterna lucha contra el olvido, la cultura ha de ser bastón y
manantial.
Desde esta nueva perspectiva, no he hecho más que reafirmarme en la visión crítica
que ya tenía sobre cómo se trata a la cultura, sobre todo a la nuestra, desde las
instituciones; de cómo, en definitiva, nos infringimos daño a nosotros mismos, lo que
curiosamente coincide punto por punto con lo que Carlos Cano denunciaba hace ya 40
años: «el miedo a los que se atreven a soñar y a los que son críticos».
Cuando mi padre publicó en 1978, las «Crónicas granadinas», un disco que recorría la
historia de Al-Ándalus, su esplendor y caída, algunos no entendieron el mensaje
profundamente revolucionario que contenía. Con él trató de transcender la crónica
social más concreta, con la que se le asociaba en ese momento, y reivindicar –son sus
palabras-, «la historia de que un día fueron posibles todos los sueños».
Sin embargo, como decía, hay quienes tratan de matar a los personajes valientes y
críticos, porque no interesa que sigan vivos en la sociedad, porque alimentan al pueblo
y eso da terror. Otra opción es anularlos, por ejemplo tratar de amputar las aristas más
cortantes del creador; en el caso de mi padre, reduciendo su polifacética figura,
anulando su duro análisis social hasta reducirlo al autor de “María la Portuguesa” y
poco más.
Por todo ello es importante apelar a las figuras de Carlos Cano, de Diamantino o de
Blas Infante porque nos remiten con rebeldía a una historia de sueños posibles. Ellos
mismos convirtieron, con su actitud, su propia vida en esa historia de sueños posibles;
y en tiempos convulsos como los que hoy vivimos, en los que se vuelve a hablar de
pan, de trabajo, de emigrantes, de escuelas y hospitales, parece que volvemos a
invocar a la estrella perdida, esa mezcla de esperanza utópica y rebelde.
Por eso,
necesitamos volver la vista a esas figuras que nos alumbran el camino y nos hacen
soñar.
Ahora sólo hace falta no volver a dejar de mirar las estrellas, porque «uno no es de
donde nace o de donde trabaja –decía mi padre-, sino que uno es de donde sueña.
Que la tierra no solo la reivindicamos para luchar por ella, sino para soñar con ella».
Así entendía Carlos Cano el andalucismo.
Y no olvidemos, que como decía Diamantino,
«Las causas por las que luchamos son difíciles, pero son tan justas que algún día las
ganaremos».
¡Viva Andalucía, Viva y Libre!”.
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